La limosna.
Un silencio conmovedor reina en esas madrugadas de jueves cuando los monjes recorren la ciudad y reciben el arroz, los plátanos y dulces que los habitantes les entregan al pasar.
Cientos de descalzos invaden en interminables filas la rutina somnolienta de quienes admiramos el gesto de humildad que requiere de limosna.
Luang Prabang es de una sencillez y belleza que descoloca. Gozar las puestas de sol en el Mekong, caminar entremedio de templos milenarios, la feria de textiles en las noches, los maravillosos sandwichs que venden en las calles o las cascadas del parque Nahm Dong.
Volvería por siempre a Luang Prabang (Laos).