Feliciano.

Florencio de Mallín Grande, Aysen, Chile.

Estaba parado en la puerta de su casa, pequeña, de lata y ventanas abiertas. Hacía calor en Mallín por esos días.

Feliciano; mirada dulce y sosegada que recuerda parajes y montañas, territorios vastos que sobrecogen.

Lo veo a lo lejos cabalgando por caminos impensados, recodos del General Carrera o vadeos que bajan del Jeinimeni. 

Ahí viene con sus animales y sueños, sus ojos celestes y las respuestas cuando la vida parte en Chacabuco y llega hasta Villa O’Higgins.

De este lado, la vuelta, esa que queda montada entre praderas y pampa, olor a viento azul y turquesa como el Baker que baja, así, tan alocado y alegre, ruidoso, profundo.

Ya llega de Fachinal, con la harina y el mate. Esperaremos juntos las lluvias, tal vez la nieve, ma,  ¿qué puedo decirte?,  olvide los fósforos y las gracias.

“Volábamos con el mar arriba de los Harrier, volábamos a devolvérselo al desierto, después de dos milenios de sed, y de alucinaciones de pesadilla”

Jorge Barahona

Diseñador de Estratégico & UX

http://www.jbarahona.me
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