Feliciano.
Estaba parado en la puerta de su casa, pequeña, de lata y ventanas abiertas. Hacía calor en Mallín por esos días.
Feliciano; mirada dulce y sosegada que recuerda parajes y montañas, territorios vastos que sobrecogen.
Lo veo a lo lejos cabalgando por caminos impensados, recodos del General Carrera o vadeos que bajan del Jeinimeni.
Ahí viene con sus animales y sueños, sus ojos celestes y las respuestas cuando la vida parte en Chacabuco y llega hasta Villa O’Higgins.
De este lado, la vuelta, esa que queda montada entre praderas y pampa, olor a viento azul y turquesa como el Baker que baja, así, tan alocado y alegre, ruidoso, profundo.
Ya llega de Fachinal, con la harina y el mate. Esperaremos juntos las lluvias, tal vez la nieve, ma, ¿qué puedo decirte?, olvide los fósforos y las gracias.
“Volábamos con el mar arriba de los Harrier, volábamos a devolvérselo al desierto, después de dos milenios de sed, y de alucinaciones de pesadilla”.