Capilla de marmol.
Cuando llueve, el Chelenko regala, a ratos una inquietante quietud, solemne, callada e impredecible. No lo sabes porque nada presagia tanta paz y silencio.
No te la esperas hasta que aparece como un regalo que emerge desde un fondo inconmensurable y sordo.
Entonces las Catedrales son livianas, flotan y te sonríen. Van y vienen en sus grises miles, en sus andanzas silenciosas y efímeras.